Vinos

La fábula de superación de la primera vinicultora negra de Sudáfrica

por Nerea González

JOHANNESBURGO, Sudáfrica.- Cuando Ntsiki Biyela dejó su casa del este rural sudafricano, a finales de los años 90, nunca había probado el vino. El “apartheid” estaba aún reciente y esa bebida le quedaba lejana a la mayoría de la población negra; pero Biyela, sin saberlo, iba a convertirse en la primera vinicultora negra del país.

“Empecé mi empresa oficialmente en 2016. La llamé Aslina por mi difunta abuela. Yo crecí con ella y fue el pilar de todo para mí”, explica en conversación telefónica con Efe Biyela, orgullosa de la marca bajo la que comercializa los vinos que crea.

Sus tintos y blancos se beben hoy, además de en Sudáfrica, en lugares como Alemania, Ghana o Taiwán; pero seguramente pocos de los que lo compran saben que esas botellas están firmadas por una pionera o que son un símbolo de que el sector del vino sudafricano -tradicionalmente dominado por familias blancas- está, aunque sea muy lentamente, superando las barreras del sexo y de la raza.

“La industria en sí es difícil, porque cuando hablas de vino hablas de lujo y estás además pidiendo entrar en estructuras familiares. Sudáfrica es uno de esos países que tienen que pelear con la pobreza y tenemos diferentes capas, diferentes culturas, así que yo puedo estar muy feliz haciendo vino pero para venderlo es una de las cosas más difíciles”, argumenta la empresaria.

La historia que llevó a Biyela a convertirse en la primera -y hasta hace poco la única- creadora de vinos negra de Sudáfrica es, de hecho, una fábula de superación que comenzó casi por casualidad, cuando ella aún no había probado nunca ese preciado zumo de la uva.

Una beca universitaria

Biyela llegó al mundo del vino sólo porque recibió una beca para estudiar enología en la prestigiosa Universidad de Stellenbosch, en la provincia sudafricana del Cabo Occidental, a finales de los años 90.

Alrededor de la localidad del mismo nombre (muy cercana a Ciudad del Cabo) se extienden los viñedos que dan lugar a los mejores caldos del país y que, a día de hoy, mantienen a Sudáfrica como la novena mayor productora del vinos del mundo.

La oportunidad que le ofrecían a Biyela formaba parte de una iniciativa impulsada en el marco de la recién estrenada democracia sudafricana para introducir a la población negra en el sector vinícola, en el que solo figuraba como mano de obra no cualificada.

Biyela, que había emigrado desde el otro extremo del país (la oriental provincia de KwaZulu-Natal), trabajaba como empleada doméstica y le ofrecían educarse en algo que le parecía extranjero y hacerlo, además, en un idioma que no dominaba, el afrikaans.

“Yo venía de un mundo completamente diferente, completamente (…). Estaba en una industria del lujo, con un estilo de vida totalmente distinto (al de su infancia), pero dije ‘vale, voy a quedarme porque quiero cambiar mi vida'”, explica.

Educarse era el único camino para dejar atrás la pobreza en una Sudáfrica que sólo había celebrado sus primeras elecciones democráticas unos años antes, en 1994.

Esos comicios habían sepultado oficialmente el régimen segregacionista del “apartheid” a nivel político, pero, tras más de cuatro décadas de brutal opresión racista, votar no implicaba la resolución inmediata de otro gran problema: la falta de inclusión de la mayoría negra en la economía.

Biyela, sin embargo, no estaba dispuesta a dejar que el pasado marcase su futuro y abrazó la oportunidad de estudiar, confiada en que ese vino del que tanto se hablaba fuera, con esfuerzo, su puerta de entrada a una vida mejor.

El vino en la mesa, una costumbre lejana

Beber vino, además de ser un lujo, no formaba parte de la cultura tradicional de las familias negras africanas, como sí que ocurre en otras regiones independientemente de la clase social.

Sin acceso a los bares de blancos, durante el “apartheid” los negros solían beber cervezas y alcohol destilado clandestinamente para las tabernas ilegales de los “townships” (zonas designadas para la población negra), llamadas “shebeens”.

Por todo eso, Biyela empezó a estudiar enología sin haber bebido nunca vino.

Cuando se acuerda ahora de aquella primera experiencia se ríe, pero lo cierto es cuando por fin lo probó, tras tanto oír hablar de él, le pareció un líquido horrible.

“Recuerdo tomar un sorbo y mantenerlo en la boca mientras pensaba para mí misma ‘qué demonios'”, comenta entre carcajadas.

Del vino se fue enamorando poco a poco, a medida que iba aprendiendo más sobre él.

Terminada la carrera en 2003, Biyela consiguió su primer trabajo en la bodega Stellekaya Wines, como enóloga “junior”.

Allí trabajaría trece años en los que su ambición por crear sus propios caldos no hizo más que crecer, hasta materializarse gracias a un proyecto de vinos del mundo realizado con una viticultora de California.

Con esos avales acabaría creando Aslina Wines en 2016 y, bajo ese nombre que rinde tributo a su difunta abuela, en menos de cuatro años su producción ha pasado de 4.000 botellas anuales a 30.000, destinadas principalmente a la exportación y galardonadas con premios internacionales.

La industria del vino sudafricano sigue hoy abrumadoramente en manos de familias blancas pero, gracias a iniciativas de discriminación positiva como las que llevaron a Biyela al sector, la participación negra va aumentando poco a poco.

Biyela, de hecho, ya no es la única mujer negra creando vinos en Sudáfrica -“hay un par más y estamos creciendo”, apunta-, pero gracias a ella se rompió un techo de cristal que, desde luego, parecía imposible de alcanzar cuando era tan sólo una estudiante.

EFE.

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